Víctor Rogelio Hernández Marroquín, maestro en ciencias y divulgador de la ciencia
A ambos lados del camino de terracería se alzaba la selva de la Reserva de la Biosfera de Sian Ka’an, tan alta y tupida que lo que antes había sido una vía de ferrocarril entre Felipe Carrillo Puerto y la costa ahora era un auténtico túnel de vegetación. Este tipo de selva es caracterizada como “selva baja” porque sus árboles no crecen tan alto como los de otros bosques tropicales 1. Pero comparados con la altura de la camioneta en la que recorríamos aquella línea recta, los 8 o 12 metros de árboles como el ek, el pucté o el chechem 2 eran suficientes para crear un techo de vegetación que le daban al camino una sensación como de estar cayendo en un pozo horizontal. No era una imagen tan alejada de lo real, porque lo que nosotros estábamos buscando era llegar a los cuerpos de agua dulce que en aquellos últimos días de abril de 2015 ya comenzaban a formarse en la Reserva. Dentro de pocas semanas, esta selva quedaría inundada y entre sus raíces, lianas y bejucos nadarían peces, peces que año con año sobreviven un apocalipsis en el humedal.
Fernando Córdova, en ese entonces estudiante de doctorado del Instituto de Biología de la UNAM, y yo recorríamos a diario las 3 horas de túnel arbóreo hasta que la selva cedía para dar espacio a la sabana del humedal. Esta consiste en extensiones herbáceas amplísimas que en la temporada de lluvias se metamorfosean en un lago, pero que en la de secas el agua es tan escasa que el suelo se agrieta. Estacionábamos el auto a la mitad del camino, confiados en que éramos nosotros, y tal vez el guardaparque, los únicos humanos en kilómetros a la redonda. Descargábamos las herramientas, los contenedores, y las trampas para peces, nos rociábamos con repelente de mosquitos, nos asegurábamos los sombreros y los tenis y echábamos la mirada hacia los manchones de árboles que de vez en cuando interrumpían la monotonía de los zacates y carrizos. Bajo aquellos árboles, encontaríamos los peces que Fernando venía a estudiar.
Hay distintos tipos de humedales, clasificados por el tipo de vegetación y la cantidad de agua que los llena. A diferencia de otros humedales de agua dulce que son alimentados por ríos, lagos o lagunas, los de Sian Ka’an dependen del agua de lluvia. Son estacionales: se inundan durante los seis meses de la temporada húmeda, para luego desecarse poco a poco. En la costa predominan los manglares, regiones inundadas con agua salobre que son el sitio de reproducción y cría de muchas especies marinas. Pero tierra adentro, se intercalan la sabana, o chak’an en maya, y la selva baja inundable 3. Son las diferencias en las características del suelo y en las variaciones del terreno las que causan que el humedal sea heterogéneo. “Unos cuantos centímetros de diferencia pueden hacer que las raíces tengan oxígeno en una cierta parte del año o no lo tengan”, me explicó recientemente Patricia Moreno-Casasola, especialista en humedales de agua dulce del Instituto de Ecología AC. Cuando no lo tienen, son las plantas herbáceas o las palmas las que ocupan esos sitios. “Eso hace que lo que tengamos sean sobre todo complejos de humedales”. O lo que es decir, un mosaico de manglar, sabana y selva para el caso de Sian Ka’an.
Cuando caminábamos por la sabana, en aquellos días de abril, las primeras lluvias todavía no alcanzaban a mudar el aspecto agrietado del suelo de la sabana reseca. De haber estado ahí en plena época de lluvias, nos habría convenido más embarcarnos. Hace poco, Fernando y yo hacíamos memoria, y me recordaba las dificultades que tuvo junto con los colegas que lo acompañaron a hacer las visitas de prospección, en época de lluvias. Se metían casi de cuerpo completo al agua. “Hasta el pecho”, precisaba. Y en el agua que removían se arremolinaban también los peces, que disfrutaban volúmenes que no le envidiaban nada a sus parientes de lagos y ríos.
Hasta que dejaba de llover. Entonces la placidez de vivir en la abundancia se convertía en una carrera contra el tiempo, tras la cual multitudes de peces morirían conforme el agua se secara. “Son los últimos charquitos donde todos esos individuos que están ahí van a morir; es evidente que van a morir porque eso se va a terminar secando,” me contaba Fernando de sus visitas cuando la temporada de secas avanzaba. “Era impresionante. Miles y miles de peces en un metro cuadrado de agua, tratando de sobrevivir. Todo mundo boqueando con las últimas que tenían.” Uno podría achacarle la culpa a la imprudencia de ser pez y vivir en una sabana. Pero lo cierto es que cada año las aguas de lluvia que caen al humedal se vuelven a poblar de animales de agua dulce. Su secreto para persistir está en aprovechar los rasgos tan peculiares del suelo de la península de Yucatán, que contra el apocalipsis les ofrecen una salvación en la forma de los petenes.
Esparcidos como islas en un mar, los petenes son agrupaciones de árboles y otras plantas de selva que crecen alrededor de un cenote. El suelo calcáreo de la península de Yucatán deja pasar el agua, por lo que no se forman ríos ni otros cuerpos de agua superficiales. El líquido, en cambio, circula por cavernas, canales y otras estructuras subterráneas, cuyo techo en ocasiones se derrumba y aflora un cenote. Estos cuerpos de agua aparecen también en los humedales y permiten el crecimiento de especies vegetales que no podrían aguantar los extremos cíclicos de las tierras a su alrededor. En aquellas sabanas de Sian Ka’an, los cenotes quedan como cuerpos de agua rodeados de vegetación pero expuestos al aire libre. Una especie de alberca creada naturalmente.
A la distancia, me parecía que los petenes eran como una cofradía de árboles que se hubieran reunido a contemplar un tesoro secreto. Quizá ese tesoro eran precisamente los pocos peces que habían alcanzado a llegar al cenote, lo que les permitiría sobrevivir hasta las próximas lluvias. Y era el mismo secreto que le interesaba a Fernando: ¿qué pasa con esas comunidades de peces después de quedar diezmadas por la sequía?
En época de lluvias, cuando la sabana se convierte en un cuerpo de agua grande como un lago, las especies de peces de agua dulce que ahí habitan se relacionan entre ellas como en cualquier otro hábitat estable: algunos cazan presas pequeñas, otros se dedican a comer la materia orgánica que cae al agua, otros más excavan en el suelo y algunos hacen un poco de todo. Sin embargo, cuando el agua desaparece, esa diversidad ecológica se reduce al mismo ritmo que los individuos van muriendo. Sólo aquellos que logran llegar a los petenes, cuerpos de agua permanentes, podrán sobrevivir hasta la próxima estación húmeda. Y el azar dictará quienes serán sus compañeros de refugio. En ese espacio tan reducido y con recursos tan escasos, el libreto ecológico que hasta antes habían seguido con tanta claridad se trastocará profundamente. Así, los pocos peces que logran refugiarse en los cenotes en épocas de secas se convierten en un modelo intrigante para estudiar las relaciones ecológicas en ambientes desafiantes.
Durante varios días, Fernando y yo caminábamos hasta los petenes, atizábamos las hojas de palma caídas para espantar serpientes u otras sorpresas y nos metíamos al agua del cenote para revisar las trampas que habíamos dejado la noche anterior. Registrábamos las especies de peces capturadas y su tamaño, junto con indicadores fisicoquímicos del agua. En visitas previas con colegas de su grupo de trabajo, Fernando había documentado la diversidad de especies en estas aguas al principio de la temporada de secas. Ahora, cerca de la temporada húmeda, lo que le interesaba era observar cuáles especies habían sobrevivido y qué tal les había ido. Con ello, esperaba poder develar cómo es que la red de relaciones ecológicas se restablece año con año y, sobre todo, qué especies son las que mejor soportan ese apocalipsis cíclico.
Las redes de relaciones ecológicas en una comunidad de especies han sido objeto de estudio de la ecología en décadas recientes. El interés está en seguir los factores que determinan la estructura que sigue esa red, es decir, cuáles especies están presentes en la comunidad y de qué naturaleza es la relación entre ellas. Fernando estaba poniendo a prueba la idea de si acaso la competencia entre especies con funciones similares, por ejemplo, dos especies depredadoras, era la que determinaba la estructura de la comunidad en esos cenotes o si acaso había otros factores. Si la competencia es el factor importante, entonces cada función ecológica será cubierta por una sola especie. Si otras causas tienen una mayor influencia, podremos encontrar redundancia funcional en la comunidad: dos o más especies con la misma función. Este atributo es muy importante para los ecosistemas en términos de resiliencia.
En un cuerpo de agua cada vez más pequeño, las relaciones ecológicas pueden exacerbarse. Los depredadores tienen más cercanas a sus presas, las especies omnívoras compiten por recursos cada vez más escasos. La comunidad podría estructurarse a partir de esas relaciones. Sin embargo, en los cuerpos de agua que van reduciéndose conforme las aguas de la sabana se evaporan en época de secas, esa interacción entre las especies tiene un componente adicional: las condiciones ambientales extremas. No sólo es que el nivel del agua se reduzca, sino que el constante calor y la insolación alteran las condiciones fisicoquímicas del agua. Las aguas de los petenes, sometidas a los cambios cíclicos extremos de los humedales, eran un gran ambiente de estudio. En el artículo que publicamos un par de años después junto con Luis Zambrano, en ese entonces el asesor de tesis de Fernando, mostramos los resultados que nos llevaron a una conclusión interesante 4. Al final de la temporada de secas, la competencia entre peces con funciones similares no pareció ser el factor determinante para estructurar la comunidad ecológica, como sí lo era su capacidad de soportar las condiciones adversas de los petenes.
Por mucho que el cenote pueda ser un refugio en un humedal seco, también es verdad que el constante calor e insolación reducen poco a poco la cantidad de agua y de oxígeno en el cenote. Las especies que prosperaron a pesar de todo, aquellas que más caían en nuestras trampas, eran herbívoras-omnívoras—así que podían sustentarse de una gama más amplia de alimentos—, tenían el hábito de buscar comida cerca de la superficie—así que podían aprovechar la poca materia orgánica que cayera al agua—y tenían aletas que les permitían nadar verticalmente en el cenote.
De haber durado más la temporada de secas, quizás todas esas especies hubieran sufrido el mismo destino que las de los charcos en evaporación fuera de los petenes, en donde ya no es tan importante para sobrevivir si una especie es presa fácil de otra especie. “Ya no sólo es que no me coman, sino si tengo los rasgos para sobrevivir a ese filtro ambiental, a esas condiciones severas que el ambiente me está imponiendo”, me decía Fernando al respecto hace poco. Aunque tengan la misma función ecológica, aunque cumplan un rol muy similar en la comunidad, algunas especies pueden lidiar mejor que otras con condiciones severas que no tienen que ver con las relaciones con otras especies. Y esto es una observación importante, porque la biodiversidad en los humedales puede ser muy sensible a amenazas por actividades humanas, que les pueden imponer esas condiciones severas fuera de los ciclos naturales de los humedales.
“Hay varios manejos de humedales”, me informaba recientemente la Dra. Moreno-Casasola, cuyo trabajo se ha enfocado en humedales del estado de Veracruz y en cómo algunos de ellos se han intentado usar para ganadería. Un acercamiento es dejar que el ganado paste en el humedal en las épocas de inundación menos intensa. “Yo les digo a los estudiantes que en Veracruz parece que las vacas no tienen patas, porque no se les ven, porque las tienen metidas en el agua todo el tiempo”, bromea. Otra estrategia es introducir pastos africanos, resistentes al exceso de agua y humedad, con las consabidas consecuencias para la diversidad local. Una tercera es talar las selvas inundables, que tienen un nivel de inundación ideal para la ganadería.
La degradación y desaparición de los humedales, sean de agua dulce o costeros, ha sido acelerada, debido a la ganadería pero también al dragado y otras modificaciones para fines inmobiliarios o de planeación urbana. En un estudio de 2012, la Dra. Moreno-Casasola y su colega Rosario Landgrave, también del Instituto de Ecología A.C., estimaban que para ese entonces se habían perdido el 62.1% de las zonas de humedales en México 5. Pero como los humedales de agua dulce no gozan de la misma protección legal que los humedales costeros, parecen estar en mayor riesgo. Particularmente, el destino de las selvas inundables contrasta con el que han gozado los manglares. “Realmente quedan pocos manchones de selvas inundables en México,” me contaba la Dra. Moreno-Casasola. “Muchas veces tú vas al manglar y lo que ves detrás ya es un potrero, un pastizal. Y nada más ves restos de árboles: por aquí, por allá un tocón reverdeciendo, un árbol que dejaron en pie”.
Por ahora, ese no será el destino de las selvas inundables y las sabanas de Sian Ka’an, pues su estatus de Área Natural Protegida ha asegurado que las amenazas antrópicas se reduzcan al mínimo. Pero eso no significa que no debamos seguir poniéndole atención a su conservación. La Dra. Moreno-Casasola me enfatizaba que hacía falta hacer estudios ecológicos en los humedales de agua dulce. Y es que al ser los humedales ecosistemas complejos, por las interconexiones que tienen con las regiones aledañas, conviene tener una perspectiva a gran escala 6. Los trabajos como en el que asistí a Fernando pueden ser un inicio, pues nos permitirían determinar cuáles especies son más cruciales para el ecosistema y cuáles de ellas pueden lidiar con cambios ambientales. Analizar la diversidad de funciones en una comunidad nos puede decir cuáles de ellas son cubiertas por más de una especie, pero también nos puede indicar si en esa comunidad hay especies que pueden sobrevivir mejor a las condiciones adversas. Ante amenazas a todo el ecosistema, resultaría vital conservar no sólo la diversidad de funciones sino también la diversidad de formas de resistir a filtros ambientales.
La perspectiva de la diversidad funcional puede llevarnos a la engañosa conclusión de que podemos darnos el lujo de perder especies, porque algunas tienen funciones redundantes en el ecosistema. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas en la ecología. La diversidad siempre es una riqueza. “Es como un seguro de vida”, me explicaba mi amigo. “Mientras más especies tengas, mejor puedes lidiar con los cambios ambientales”. Aunque haya más de una especie herbívora-omnívora en el ecosistema, no todas serán igual de resistentes a cambios ambientales. “Si por sobrepesca o contaminación pierdes las que son resistentes, estás poniendo en riesgo a todo el ecosistema porque pierdes especies que pudieran ayudar a que se mantenga la función en un cambio climático.” Después de todo, realmente nunca hay dos especies idénticas en ningún ecosistema. A diferentes escalas, las redundancias funcionales se disipan. “Cualquier diferencia biológica puede ser una diferencia funcional en un contexto distinto”, concluía mi amigo.
Así como las comunidades de peces en los humedales de Sian Ka’an han encontrado la manera de sobrevivir a ciclos extremos de muerte y renacimiento, también nosotros debemos encontrar la manera de sobrellevar la convivencia con otras especies en las condiciones adversas que se avecinan. Para empezar, los humedales de agua dulce pueden ser nuestros aliados en la captura de carbono de la atmósfera. “Ocupan una superficie pequeña del planeta y capturan una enorme cantidad de carbono, que acumulan en el suelo y la biomasa”, me informaba la Dra. Moreno-Casasola. Su aportación es mayor que la de otros ecosistemas terrestres. Por esa razón, ella considera que se les debe considerar dentro del llamado “carbón azul”, que hace referencia a los sumideros de carbono en manglares y pastos marinos. En un estudio de revisión reciente, Jorge Herrera-Silveira, del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional, Unidad Mérida, y sus colegas proponen que los esfuerzos de conservación y restauración del carbón azul en el país pueden servir de cobertura para mantener o recuperar servicios ambientales de estos ecosistemas 7. Incorporar la aportación de los humedales de agua dulce en esta categoría puede impulsar su estudio y la generación de planes de manejo.
Además, es posible conservar estos ecosistemas y al mismo tiempo aprovechar sus servicios ambientales. “Claro que pueden tener usos”, me aclaraba la Dra. Moreno- Casasola. Desde el ecoturismo, que puede ofrecer recorridos en embarcaciones o pasarelas, pasando por el aprovechamiento sustentable de algunas especies, como el camarón de agua dulce, hasta la manera en que retienen, almacenan y filtran el agua, la conservación de los humedales de agua dulce nos puede proveer de múltiples servicios 8. Por no hablar del de la investigación científica.
En las sabanas de Sian Ka’an, la protección del estatus de Área Natural Protegida nos permitió estudiar aquellas comunidades de peces en un ambiente con poca injerencia humana. Sin especies invasoras, sin contaminación puntual, sin eutrofización, Sian Ka’an sigue siendo una rareza entre los ecosistemas en México. “Hay un sentimiento imponente de un ecosistema así,” recordaba Fernando, quien obtuvo su grado de doctor con aquel trabajo, por el que visitó durante varios años la reserva. “El sentimiento de estar tan metido, tan lejos de cualquier cosa, de saber que el lugar más cercano está a tres horas en auto… Estás alejado de cualquier cosa humana. Es un sentimiento muy bonito.” Ah, y claro, conservar la belleza de este sitio de ciclos extremos es también un beneficio.